Nácar contrahecho se perfila
tras vidriosa luz, desvelando, en retirada,
un cristal amortecido de amplitud esférica, solemne,
que apresa -cual avaro neptuniano-
reposados mares incoloros;
cilindro proyectado hacia la mano,
cercado por aquilatada sombra
(recusación tenaz de tantas claridades),
que atraviesan haces blanqueados.
Recipiente desbordado por la transparencia,
hechura de mi sed,
que riega y sacia sequedades y amarguras.