¡Qué oscura es la noche!
¡Qué negro este páramo de rostros sin nombre!
¡Qué vacío sin fondo el de esta soledad
multitudinaria!
Arrojados en este pozo donde nunca amanece
somos buscadores de luz, o descreídos,
o encenagados entregados a la causa de nuestra egolatría.
Somos ceniza apenas palpitante,
ascuas que esperan ser avivadas…
Caemos en lo hondo sin encontrar asidero.
Nos ahogamos en este barro nuestro,
horma del cadáver con el que cargamos a diario,
hasta que, por fin, lo enterramos en una vuelta del camino
para perdernos en la noche, en el agua, en el vacío,
y ser ya luz, solo luz, claridad sin límites