Cielo gris en un día de verano,
con nubes cuajadas en el vientre acerado de un cadáver que nos digiere sin pausa…
Los pájaros pían inquietos, como prisioneros a la espera de la última llamada,
proyectados a intervalos en vuelos precipitados arriba y abajo,
en lucha contra la contradicción que comprime su espacio.
Al fondo, alguna máquina hace vibrar el aire:
parece el estertor de un moscardón ahogado por el veneno de un dios desconocido.
Más cerca, el parloteo de las gallinas y el ladrido de los perros
humanizan la tierra, antes de que se convierta en piedra informe.
Más cerca aún, las hormigas recorren el rosal,
persiguiendo en su peregrinaje un relicario imposible que restituya el sentido.
Las moscas revolotean monótonas, indiferentes. Intuyen su triunfo.
Sin embargo, por debajo, alimentando el desconcierto, todo es quietud.
El aire se levanta suave de pronto.
Es frío.
Recuerda el otoño que vendrá.
Un presentimiento del ocaso…