Infancia recobrada

Un día, un hombre salió de la cárcel tras pasar muchos años -demasiados, siempre son demasiados- encerrado, sin que nadie recordara muy bien el motivo… Un autobús lo llevó a su vieja aldea, abandonada y perdida en un rincón del Val Miñor. Al bajar del autobús, al depositar su pie en la tierra que lo había engendrado, que había alimentado sus juegos infantiles, la mirada de aquel hombre se cruzó con la de unos niños asustados –sabían quién era- que en ese momento jugaban con una pelota de trapo en una pequeña explanada a la que se conocía en el habla local como el “palame”.

La pelota salió rodando y fue a parar a los pies del expresidiario (siempre cargaría con el apelativo, con esa segunda condena, esta de por vida). Los niños se habían escondido presurosos, como liebres asustadas ante la cercanía del cazador. El hombre sintió -como si él mismo fuera uno de aquellos niños- el miedo ante su presencia; entendió lo que las imaginaciones infantiles añadirían a las noticias sobre su regreso y su prolongada ausencia… Contempló la pelota de trapo una vez más y milagrosamente -seguro que no es difícil entenderlo- volvió a ser un niño, un niño como aquellos que le contemplaban asustados, y recuperó el placer puro de quien vuelve al Paraíso, nuevo Adán que recupera la inocencia de una Tierra sin pecado, y sonrió, con la sencillez de quien re-descubre de nuevo el mundo, y con un fuerte puntapié descargó toda su fuerza sobre la pelota… y comenzó a andar mientras hacía denodados esfuerzos por tragarse una lágrima que se empeñaba en salir a la superficie.

Entre tanto, los niños iban saliendo de su escondite mientras comentaban -exageradamente, como era obligado- lo que acababa de pasar. Uno de aquellos niños, más sensible quizás, más imaginativo tal vez, entendió lo que había sucedido hacía tan solo unos instantes… y, al entenderlo, siendo todavía un niño, no pudo evitar -al contrario que el hombre- que las lágrimas asomaran a borbotones, alejándolo así de su propia infancia…

Aquel niño era mi padre. Me contó muchas veces esta historia. Y la publicó en su primer artículo, con apenas veinte años. Yo la cuento ahora por él y por mis hijos, para que recuerden siempre quién era su abuelo y de dónde vienen, con la esperanza de que les ayude a caminar…

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