Mañana de invierno

Mañana de invierno.
Hace frío.
Conduzco hacia el trabajo.
La oscuridad comienza a clarear.

Es hipnótico el caminar de los peatones apresurados,
el deslizarse de los coches,
el baile de las luces,
el ritmo acompasado de cada madrugada.

El frío ralentiza el aleteo de los pájaros,
alumbra lentamente las sombras apagadas de los escaparates,
revela milagrosas armonías en los repliegues del paisaje…

Uno penetra en las mañanas de invierno
abrazado por el silencio,
perforado por la paz de esas soledades
en las que se abisma absorto,
en un abandono plácido,
desentendido de sí mismo,
despojado de sus miserias cotidianas.

Son esas horas tempranas
las redentoras de nuestras mezquindades, abrojos agostados y mustios a los que
nos sustraemos -por gracia milagrosa-
en cada nuevo amanecer.

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