A los niños y niñas, para que se estén quietos, les damos videojuegos y televisión en dosis masivas.
Cuando siguen con su hiperactividad, los medicamos.
A las personas mayores, para que no se quejen de soledad y abandono, les damos también en vena dosis interminables de programas basura a diario.
Funcione o no, también las medicamos.
A los enfermos mentales, los medicamos también. Y si esto no funciona, los encerramos.
A las personas migrantes, si no tienen papeles (esto es, si no tienen dinero), les ponemos vallas, muros, alambradas.
Si las traspasan, las encerramos… hasta devolverlas al lugar del que escaparon.
A las que gritan contra un sistema que no funciona, las multamos. Si esto no funciona, las encerramos también.
Así los nos tranquilizamos. Y vivimos seguros. Todos iguales. Sin diferencias. Sin discrepancias. Sin estridencias.
Y, por si acaso, previendo que nosotros podamos perder la cabeza, también nos medicamos. Cada vez más. No vaya a ser…
Mientras, las empresas farmacéuticas se frotan las manos.
Mientras, las fábricas de armas se hacen de oro.
Mientras, los políticos que se presentan como garantes del orden y de la seguridad, ganan elecciones.
… Y, mientras, la ‘ciudadanía’ olvida que una vez existió una palabra llamada DIGNIDAD.